Algunos testimonios

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Cuando una ‘A’ se transforma en un ‘4’
JAVIER RADA. 16.10.2006 -www.20minutos.es
Fernando, ayudado por su madre, con los deberes de clase.(JORGE PARÍS)
Asociaciones de disléxicos reclaman un sistema educativo comprensivo ante la difícil situación de los alumnos en los colegios.
Si decimos que esta ‘e’ la vemos como un ‘6’; si comunicamos que esta ‘A’ es un ‘4’, ¿pensarían que estamos de broma?, ¿dirían que somos vagos? Fernando tiene nueve años y es disléxico. No le gustan ni la lengua ni el inglés porque confunde las palabras. Lee y escribe lentamente, cuando no le resulta imposible asimilarlas. Es un dato empírico, que le ha hecho cambiar tres veces de colegio.
Y no es tonto: su coeficiente intelectual es alto, pero su cerebro es diferente; otro dato empírico, tras varios informes de especialistas. No es el «burro, más que burro» de la horrible sentencia que llegan a escuchar algunos niños con este problema.
Le han llamado vago porque le cuesta entender en clase o acabar los exámenes. Incluso una profesora le tiró de la patilla y le dijo que «no tenía solución».
«Necesita un sistema educativo distinto«, clama su madre, Ana Peciño. Es disléxico, y no carne de cañón para el fracaso escolar.
Entra en las estadísticas de lo que el Ministerio de Sanidad llama «enfermedad rara»: el 10% del alumnado es disléxico, según los especialistas. La LOE (Ley Orgánica de Educación) apenas contempla este problema bajo el genérico de «dificultades específicas para el aprendizaje».
Estar una tarde con él, hundido en los deberes, es entender su vía crucis diario: invierte tres horas, acompañado de su madre, que le repite: «Fernando, lee primero en voz alta la palabra; habla antes de escribir». Se acuesta a las 23.00, exhausto tras recuperar lo que no ha podido aprender en clase. Lee «números rumanos», en vez de «romanos», por ejemplo.
A veces, las letras se mueven y danzan como espectros sobre el papel. «La ortografía será una cruz de por vida», explica su madre.
Las inflexibles máximas de la pizarra se esfuman cuando intentan saltar a su cuaderno. Fernando ama las «mates» y dibujar, «porque se me da bien y lo otro, no», dice. Gracias al esfuerzo de su madre, mantiene su autoestima alta, «sabe que no es tonto».
La dislexia se suele describir como un «trastorno de lectoescritura, un déficit al reconocer las palabras escritas con un efecto en la compresión, sin que por ello exista una discapacidad intelectual», explica José Antonio Calvo, del Centro de Lenguaje y Atención a la Escritura, en Rivas-Vaciamadrid. Los logopedas y los profesores tienen un papel fundamental en esta situación.
«Están condenados al fracaso y no son discapacitados», dice Irene Ranz, presidenta de Dislexia sin Barreras. Tiene tres hijas con dislexia. «La pequeña, Alicia, de 12 años, confunde la ‘e’ con el ‘6’».
Volvemos al principio. Fernando y Alicia tienen mucho en común. Han repetido curso. Y en ocasiones han sido acusados injustamente de «vagos». Han recorrido su rosario de colegios, terapias y logopedas. Sólo piden, y esta vez articulando perfectamente la frase, un sistema educativo comprensivo. Un poco de sen-ti-do-co-mún….

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«El caso de mi hijo me ha hecho ver que yo también soy disléxico»

José Gallego ha encontrado respuestas a su falta de aptitud para el lenguaje tras esta experiencia familiar «En el colegio decían que era un niño vago», recuerda

José Gallego ha vivido un calvario con su hijo. Desde que el pequeño tenía apenas seis años, este malagueño sabía que algo extraño ocurría. «Era lento y no atendía en clase. En el colegio decían que era un niño vago», recuerda. No fue hasta casi cinco años después cuando finalmente supo que lo padecía su hijo era dislexia. Hoy, ya quinceañero, continúa con dificultades, pero ha conseguido avanzar gracias al respaldo de un psicólogo y, por supuesto, de su familia.«Si no le apoyamos, se hunde», advierte con conocimiento de causa. No en vano, él mismo también tuvo problemas en su infancia. «Yo era como mi hijo: desordenado, lento para aprender, incapaz de atender… Ahora, después de años de lucha con él y de vivirlo tan cerca me he dado cuenta de que yo también soy disléxico, me identifico totalmente»reconoce este miembro de la Asociación Andaluza de Dislexia en Positivo.

Falta de información
«Los profesores nos decían que no ponía interés y que era algo flojo. Hoy vemos que siguen sin preocuparse»…No se ponen medios, hay un gran desconocimiento profesional», sentencia Gallego.

Matemáticas y ortografía, una barrera más

M. M./MÁLAGA
No sólo dislexia trae de cabeza a muchos estudiantes. Existen otros problemas que también pueden interponerse en su aprendizaje. Es el caso de la disgrafía, la disortografía, la discalculia y la dislalia.

El primero de ellos se manifiesta en una mala caligrafía provocada por la dificultad para coordinar los músculos de la mano y del brazo. La letra de estos estudiantes puede ser muy pequeña o muy grande, pero siempre los trazos están deficientemente formados.
El disgráfico no puede seguir la línea del renglón ni respetar los tamaños de las letras.
La disortografía también implica otra dificultad, en este caso, la de escribir las palabras de forma ortográficamente adecuada. Pero no sólo se manifiesta en un déficit en el conocimiento y uso de las reglas, sino también en las aptitudes lectoras, el lenguaje hablado y la correcta articulación de los sonidos.
Por su parte, la discalculia impide la realización de operaciones matemáticas y de lógica o el reconocimiento de los números y conceptos matemáticos. Generalmente, el trastorno de estos niños se observa en que cuentan con los dedos, les cuesta memorizar datos o invierten números de dos cifras (25 por 52, por ejemplo).
Por último, la dislalia se presenta como un trastorno en la articulación de los fonemas que dificulta la pronunciación o construcción de fonemas, y aunque no se considera un caso de dislexia, también es un obstáculo para el normal aprendizaje.

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